lunes, 31 de octubre de 2011

ENRIQUE EN EL IMPERIO DE LOS INCAS

Enrique es un niño que tiene 11 años de edad, unos grandes ojos y piel canela, pero lo que más llama la atención es su imaginación. Le gusta jugar a ser de distintos personajes; un día imaginaba que era un arqueólogo que realizaba asombrosos descubrimientos, o también imaginaba que era el Gral. San Martín que al mando de su ejército, liberaba naciones enteras. En fin ¿Qué niño no es así?
El otro día estuvo escuchando a su maestra sobre cómo era la educación en el tiempo de los Incas y sintió gran curiosidad por saber más del tema. Y sin darse cuenta, sin poder explicar cómo sucedió, sintió su cuerpo como si flotara en medio de una relajación intimidante pero a la vez llena de intriga.
De pronto ¡Pluff¡ cayó. ¿Dónde estoy?-se preguntó. ¿Qué es este lugar? Atinó a decir, mientras sus ojitos recorrían rápidamente todo a su alrededor.
Solo atinó a esconderse tras unas rocas, en lo que consideró era un refugio ante tanto desconcierto. En eso sintió que alguien lo miraba, tuvo miedo, pero armándose de valor pudo enfrentarlo.
-¿Quién eres? –preguntó aquella niña que le inspiró ternura y confianza, por eso no tuvo temor en responder.
-Mi nombre es Enrique y soy de Perú. ¿Me puedes decir dónde estoy?- respondió maravillado de poder hablar otro idioma y que a la vez podía entender.
-Estamos en el Imperio de los Incas, mi nombre es Sumac T´îka (hermosa flor), ¿Te gustaría conocerlo?
-Claro –respondió Enrique con gran impaciencia.
Fue así como nuestro amiguito acompañado de su nueva amiga empezaron a recorrer el territorio del Tahuantinsuyo. Ella le hizo saber que se hallaban en el Cuzco (capital del Imperio), el se asombraba cada vez más al observar los fantásticos bloques de piedra de todos los tamaños que formaban las construcciones de la ciudad. ¡Es realmente hermosos¡- pensó. De pronto algo llamó su atención y corrió hacia una de esas construcciones para tratar de ingresar. Sumac sin perder tiempo lo detuvo y dijo:
- ¡Ni lo intentes¡ Allí no está permitido el ingreso de nosotros en el Yachayhuasi. Que son las escuelas.
-¿Qué raro? Y ¿Todos esos jóvenes que están ingresando ¿Por qué ellos si pueden? Además allí también unos señores que están dentro ¿quiénes son?
- Mira-respondió la niña- esos señores de magnífica presencia son los amautas, los maestros, los hombres más sabios del Imperio, ellos se encargan de enseñar a los jóvenes provenientes de la realeza y la nobleza, todo lo necesario para que más adelante puedan gobernar y dirigir el Imperio.
-Y ¿Qué les enseñan?- replicó Enrique.
- Muchas cosas; como nuestra lengua, el quechua, poesía, teatro, religión las historias militares incas, el manejo de quipus, entre otras cosas.
-Y Tú Sumac ¿No puedes aprender también?
--Bueno mis padres son los mejores maestros: mis hermanos y yo aprendemos de ellos, lo referente a las actividades que realiza la familia, las labores domésticas y sobretodo aprendemos las labores del campo, aprendemos a cosechar.

Enrique pensaba en lo diferente que era la educación inca con la educación que se impartía en el lugar de donde procedía. Pero aprendió a comprender esta costumbre.
- Sabes- le dijo Sumac- cuando era mas pequeña, yo quería ser una aclla, solo las mujeres más bellas y hábiles pueden serlo. Ven ¡Te mostraré! Entonces la niña lo llevó a una construcción contándole que eran los acllahuasis o casas de las escogidas, a lo que Enrique le dijo:
-¿Y qué son los acllahuasis?
-Son lugares donde llegan las mujeres escogidas del imperio, para ser preparadas en diversas labores manuales, domésticas y son destinadas como al culto de nuestros dioses, para servir a nuestro gobernante, el Inca, o para ser las esposas de personas de la nobleza.
Enrique estaba fascinado, hasta el momento era la mejor experiencia que le había tocado vivir, se sentía un ser privilegiado. Hoy más que nunca sentía ese orgullo que todo peruano que ama y valora a su patria siente al saberse descendiente de un pueblo tan organizado y trabajador como eran los Incas. En eso escucha que Sumac le dice:
-¡Ven Enrique¡ te llevaré a mi casa. Y eso hicieron, corrieron por las calles empedradas, saltando y jugando como todo niño. Realmente ellos dos se habían vuelto muy buenos amigos.
Cuando llegaron a casa, fueron directo a ver los cultivos, porque ese día estaban cosechando. Enrique vió entonces a un grupo de hombres trabajando con gran entusiasmo.
La niña adivinando el pensamiento de Enrique le pregunta: ¿Te asombra ver cómo trabajan? Nosotros no nos damos el lujo de perder el tiempo. Acá el que no trabaja no come, además siempre en actividades tan importantes siempre ayudan los demás integrantes del ayllu. También hay normas que debemos cumplir.
-¿Cuáles son?
- No ser mentiroso, no ser ladrón, ni ocioso. Si no las acatamos seremos castigados. ¿Ves aquel hombre que está allí?- dijo señalando a un hombre que trabajaba tranquilamente.
-Si si, si. A ese señor le faltan los dientes de adelante. ¿Qué le sucedió?
Ese fue el castigo que recibió por no cumplir con las leyes de nuestro pueblo. Acá los castigos son muchos, también puedes ser azotes, pueden ser apedreados e incluso hasta la muerte. Los castigos van de acuerdo a la magnitud del delito.
-Uhy¡ solo atinó a decir dándole un poquito de temor, y recordando que en el Perú actual muchos de esos valores que inculcaron los Incas se estaban perdiendo, que muchas personas no le dan el valor a la laboriosidad, a la veracidad y a la honradez. Más aun sabiendo que muchas personas cometen innumerables faltas y no pasan por alguna sanción que los cambie de actitud.
En eso, se oyó una voz, era la del papá de Sumac que la llamaba. Ella le dijo que ya se iba. Enrique se despidió y le agradeció por el paseo. Luego vio como Sumac se retiraba a su casa y desaparecía en el horizonte.
De allí no recuerda nada más solo que al dar vuelta el paisaje era otro, ¡Oh no! - pensó - y ahora ¿Dónde estoy?

Alumna: Marlene Ysabel De Lama Pérez

No hay comentarios:

Publicar un comentario